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Nativos Digitales, la cruda realidad

Estoy seguro de que muchos de los que leéis este texto habréis utilizado (yo mismo lo he hecho) el término nativos digitales en alguna conversación, o por lo menos habréis oido hablar del concepto. El palabro, acuñado por el escritor y conferenciante Mark Prensky en un artículo del año 2001, Nativos digitales, inmigrantes digitales, hace referencia a los nacidos entre los años 1980 y 1994. La idea de que la generación crecida al calor de los ordenadores portátiles, internet y más tarde los teléfonos móviles, está dotada de unas características particulares que hacen el modelo educativo existente se haya quedado poco menos que obsoleto parecía estar respaldada por el sentido común. Cayó de pie entre una generación de padres ansiosos de etiquetas con las que entender mejor a sus hijos.

Aunque el rango de edad inicial era el mismo que el de los Millennials, ha evolucionado hasta referirse también a la Generación Z y todos aquellos que han estado en contacto con pantallas desde bien niños. La existencia de los nativos digitales se basa en dos supuestos:

  1. Los jóvenes nacidos en un entorno digital posen un conocimiento sofisticado de las tecnologías de la información (TIC) y habilidades innatas mara manejarlas
  2. Como resultado de su contacto constante con la tecnología, los nativos digitales tienen unas preferencias particulares sobre la forma de aprender, distintas a las generaciones anteriores.

Uno de los factores que se destacaba era la capacidad de realizar varias actividades al mismo tiempo, de repartir su atención y procesar diversas fuentes de información, por ejemplo estar chateando y estudiando al mismo tiempo. También que los nativos digitales eran capaces de procesar informacion mucho más rápido, realizar conexiones e interpretar contenido visual y dinámico de forma mucho más eficiente. Lo cierto es qué, aunque el sentido común nos dicte que esto es así, no hay evidencia científica de que estas habilidades estén relacionadas con los nativos digitales. Por otra parte, esa capacidad de dispersar la atención quizas no sea tan beneficiosa como se pensaba y pueda producir perdida de concentración, como algunos estudios sostienen.

Por otra parte, si consideramos la necesidad de impugnar la mayor del sistema educativo es necesario pensar hasta que punto el uso de la tecnología que hacen los jóvenes está relacionado con el aprendizaje. El informe europeo EU Kids Online nos da una buena panorámica comparada entre distintos países de nuestro entorno. Algunos datos a destacar:

ecuesta uso tiempo online

Parece que la popularización del uso de los móviles como dispositivo de acceso a Internet ha incrementado el número de horas que se pasan conectados a Internet, pero no las que se dedican al aprendizaje. La famosa brecha digital aparece aquí en todo su esplendor. Es más, no podemos concluir que el hecho de tener internet siempre a mano suponga una mejora en el proceso educativo. El uso de teléfonos ha supuesto más horas dedicadas al entretenimiento y la comunicación, pero no de su uso en la escuela.

La necesaria reforma de la educación seguro que tiene a las nuevas tecnologías como uno de sus ejes principales, pero no podemos pensar que basta con darle un móvil a un niño desde bien pequeño para obtener, pasados 16 años, un individuo integrado en la sociedad de su tiempo. Haber tenido una tablet en la mano desde que llevabas pañales no te va a dar ningún superpoder, ni tu hijo es un genio por saber hacer scroll con la pantalla antes de haber podido dejar de mearse en la cama. Si hay algún genio, acaso, son los que diseñan los aparatos que usamos y la forma en que interactuamos con ellos, y sobre todo los que nos los venden.

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