Mi pareja es una fiel seguidora de Emily Oster, profesora de economía y autora de varios libros sobre crianza basada en datos. La Doctora Oster ofrece una visión de la crianza que huye de la polarización y trata de argumentar sus posiciones a través de estudios con base científica. Los análisis que presenta, en algunos casos, contradicen la que podemos considerar como opiniones generalizadas, o por lo menos las mayoritarias en el ámbito sociocultural en el que nos movamos. Recientemente ha publicado en su blog una interesantísima entrevista con la profesora de psicología y también bloguera Jacqueline Nesi. En ella, Nesi cuestiona que las redes sociales sean las causantes directas de problemas de salud mental en los adolescentes. Un tema de máxima actualidad que, como casi todo hoy en día, genera posiciones encontradas.
Hay cierto catastrofismo acerca del uso de redes sociales como origen de todos nuestros males. Es cierto que las recientes noticias sobre los estudios realizados (además de ocultados e ignorados) por Facebook han hecho saltar la voz de alarma, aun más, sobre el efecto que el uso de redes sociales tiene en nuestros adolescentes. Los estudios existentes hasta el momento solo ponían el foco en el número de horas de pantalla, pero no en lo que se hacía durante ese tiempo. Faltaba entender el contexto de cada caso e incorporar nuevas variables y metodologías de análisis. En conjunto, los estudios existentes no apoyaban la idea de que las Redes Sociales sean una causa de enfermedad mental, pero esto no significa que sean inocuas para un cerebro en desarrollo como el de un adolescente. La realidad es que, como en muchos otros ámbitos, el efecto depende en gran medida de cada caso y persona.
Nuevos estudios muestran como los niños que son más sensibles al rechazo resultan más afectados por experiencias negativas con las redes sociales. No es tanto que la experiencia online cause un problema de salud mental como que aquellos que tienen ciertas tendencias, como por ejemplo a la depresión, pueden vivir de forma más negativa, sucesos en el mundo online. El estudio consistió en exponer a un grupo de adolescentes a un número distinto y aleatorio de «me gusta» en sus publicaciones. Aquellos que tenían menos interacciones positivas admitían haberse sentido rechazados inmediatamente después de comprobarlo. Tras hacer un seguimiento a los adolescentes durante meses después del experimento, se descubrió que aquellos que habían respondido de forma más negativa al hecho de tener pocos «me gusta» tenían una mayor propensión a padecer episodios depresivos. Se invierte, de esta forma, la causalidad que siempre atribuimos a las redes sociales.
Pero no se trata de buscar una relación causa efecto entre las redes sociales y los problemas de salud mental, sino de entender en que contextos pueden resultar negativas, o por lo menos requerir de una atención especial. Como sugiere el experimento, aquellos adolescentes que ya padecen algún tipo de trastorno son los más sensibles a lo que ocurre, para bien y para mal, en su experiencia online. Tampoco conviene irse al extremo contrario y tratar de minimizar los problemas que pueden surgir de su uso indiscriminado y sin ningún tipo de control. La adopción de nuevas tecnologías de comunicación requiere de una educación y el desarrollo de lo que vendrían a ser unos «modales». La mayoría de los jóvenes van a tener buenas y malas experiencias mientras utilizan redes sociales, solo que algunos tienen mayor predisposición a las malas y es necesario prepararlos para gestionarlas correctamente.
El efecto que las redes sociales pueden tener en la higiene mental de nuestros adolescentes también depende, en gran medida, del uso que se haga de ellas. Esto puede sonar a perogrullada, pero a la hora de buscar explicaciones solemos sentirnos atraídos por los titulares tipo «Como Instagram va a convertir a tu hijo en una persona insegura». Nos pone cachondos el clickbait cuando viene a confirmar nuestros más profundos prejuicios de barra de bar. Lo cierto es que, aunque existe una intencionalidad en el diseño de las redes sociales y a veces las carga el diablo, el uso que hacemos de ellas influye enormemente en su capacidad de afectarnos. No es lo mismo abrirse un TikTok para pasar las tardes de los sábados grabando videos con tus amigas que pretender ser una influencer y soportar las críticas de miles de personas sobre tu aspecto físico cuando tienes una inseguridad patológica.
Las redes sociales no son un fenómeno pasajero que las futuras generaciones olvidarán porque estarán a otra cosa. Es una forma de existir en el mundo que está aquí para quedarse aunque la tecnología que utilice pueda mutar con el paso de los años. No sé si en 20 años hablaremos de metaversos, de conexiones neuronales o del «internet de los lugares», pero estoy convencido de que la socialización digital seguirá siendo una parte fundamental del desarrollo de los adolescentes. La identidad online, cada vez más intrincada con nuestro yo «real», define la personalidad de los jóvenes de una forma muy significativa. La separación entre ambos ámbitos es ya muy difusa y cualquier acontecimiento cobra igual importancia independientemente de donde ocurra. Es importante comprender esto para no minimizar el impacto de las redes sociales en la vida de nuestros hijos sin caer en el catastrofismo absoluto sobre el futuro que traen consigo.