Anda el mundo familiar revuelto con el tema de los teléfonos inteligentes. Numerosas iniciativas sobre restringir el acceso a las pantallas acaparan titulares en la prensa. Un grupo de familias en Barcelona se han organizado para retrasar la entrega de móviles a los niños más allá de los 12 años, que viene siendo lo habitual en los últimos años. La Generalitat ha anunciado que pretende prohibir el uso de móviles en los colegios de primaria a partir del próximo año. Numerosas comunidades han comenzado a pensar en como restringir su uso también en los institutos de secundaria. Parece que, por fin, se abre un debate más que necesario sobre el papel de la tecnología en las vidas de nuestros jóvenes.

Conviene, como con cualquier tema importante que se precie, no abordar los temas con una perspectiva generalista y confundir la parte con el todo. Cuando evaluemos el papel de la tecnología en ámbitos como los centros educativos, hemos de ser cuidadosos de no desmontar algunas herramientas que resultan tremendamente útiles para el proceso de aprendizaje. So pretexto de disminuir el número de horas de pantalla en el aula no podemos obviar que, muchas disciplinas (matemáticas, historia, física…) se benefician de los recursos digitales y que, si el profesor adapta su metodología de enseñanza, las clases pueden resultar más amenas y enriquecedoras.

Pensar en un concepto tan general como son «las pantallas» supone dejar de lado cuestiones importantes a la hora de tomar decisiones. El tipo de pantalla (tabletas o portátiles vs. móviles) influye en la calidad de experiencia, de la misma forma que lo hace en contenido que se consume. No es lo mismo realizar un Webquest para una clase de historia que freírse el cerebro en el scroll infinito de tiktok. Si de verdad consideramos que nuestros hijos consumen demasiadas horas de dispositivos electrónicos al día, quizas seamos los padres los que hemos de reducir nuestra cuota, y no los institutos.

Por otra parte, los enemigos acérrimos de las pantallas en el aula suelen tener un concepto bastante romántico de lo que es el papel y el boli. En lo que a mí respecta, la EGB me trae dolores de muñeca de las horas pasadas haciendo inútiles dictados. Se debe explicar a cambio de qué pedimos a los jóvenes no usar recursos electrónicos para reforzar su experiencia de aprendizaje. ¿Una mejora en su capacidad de atención?, ¿la capacidad de resolver problemas escribiendo a mano en vez de tecleando un ordenador?. Pueden resultar razones de peso, pero personalmente creo que se pierde más de lo que se gana. Si nuestros hijos no leen (novelas, en realidad se lee bastante) no puede tener que ver solo con que en clase usen tabletas en vez de libretas de papel.

En resumen, cuando pensamos sobre el papel de las nuevas tecnologías en los centros educativos no deberíamos mezclar cuestiones como los teléfonos móviles, que pueden tener un impacto negativo en el aula y aportar poco al proceso educativo, con el uso de otros dispositivos (tabletas y ordenadores), que son una gran ayuda para mejorar la experiencia de aprendizaje. ¿Es necesario revisar el uso de pantallas en la educación?, por supuesto, pero separando cualitativamente el grano de la paja. Ni todas las pantallas sirven para lo mismo, ni todas las actividades que se hacen con ellas son igual de beneficiosas. Los argumentos usados por los partidarios de la vuelta a los libros y el papel están cargados de buenas intenciones y, en cierta forma, de la razón que da ver los pobres resultados actuales. Sin embargo, quizás la vuelta a usar libros de texto y libretas no vaya a traer consigo un mayor compromiso de los jóvenes con el sistema educativo, sino una mayor desafección, si cabe.